Lhamo y las demás integrantes
de su orden religiosa son conocidas como “las monjas del kung-fu” y forman
parte de una secta budista de 800 años de antigüedad llamada drukpa: palabra
tibetana para “dragón”.
Por toda la región del Himalaya y en el resto
del mundo, sus seguidoras mezclan actualmente la meditación con las artes
marciales.
Todos los días, las monjas
cambian sus túnicas carmesí oscuro por un uniforme marrón oscuro para practicar
kung-fu, las artes marciales de origen chino. Forma parte de su misión
espiritual de lograr la equidad de género y una buena condición física; sus
creencias budistas también las exhortan a que lleven una vida respetuosa con el
medioambiente.
Desde que los académicos del
budismo tienen memoria, las mujeres en el Himalaya que buscan practicar la
religión junto a los monjes varones como iguales espirituales han sido
estigmatizadas, tanto por los líderes religiosos como por las costumbres
sociales más amplias.
Las mujeres, que tienen prohibido participar en los intensos debates filosóficos fomentados entre los monjes, estaban confinadas a tareas como la cocina y la limpieza dentro de los templos y monasterios. Se les negaba realizar actividades que implicaran esfuerzo físico, dirigir oraciones o incluso cantar.
Las monjas del kung-fu lideran la ofensiva por el cambio. Su linaje Drukpa comenzó un movimiento reformista hace 30 años bajo el liderazgo de Jigme Pema Wangchen, también conocido como el duodécimo gyalwang drukpa. El líder ha estado dispuesto a perturbar siglos de tradición y quiere que las monjas lleven el mensaje religioso de la secta fuera de los muros del monasterio.
no solo practican kung-fu,
sino que también lideran oraciones y caminan durante meses en peregrinaciones
para recoger desechos plásticos y concientizar a la gente sobre el cambio
climático.
Cada año, desde hace 20, a excepción de una pausa causada por la pandemia, las monjas han recorrido en bicicleta unos 2000 kilómetros desde Katmandú hasta Ladakh, en lo alto del Himalaya, para promover el transporte ecológico.
Desde entonces, cerca de 800 monjas han recibido entrenamiento básico en artes marciales y unas 90 han pasado por intensas lecciones para convertirse en entrenadoras.
El duodécimo gyalwang drukpa también ha estado capacitando a las monjas para que se conviertan en maestras de los cantos, una posición que solía ser exclusiva de los hombres. También les ha proporcionado el nivel más alto de enseñanza, llamado mahamudra, que en sánscrito significa “gran símbolo”, y que consiste en un sistema avanzado de meditación.
“Cuando la gente viene al
monasterio y nos ve trabajando, comienzan a entender que ser monja no es ser
‘inútil’”, afirmó Zekit Lhamo, de 28 años, refiriéndose a un insulto que a
veces reciben las monjas. “No solo cuidamos nuestra religión, sino también a la
sociedad”.
“Cuando las veo, me dan ganas de convertirme en monja”, afirmó Ajali Shahi, estudiante de posgrado en la Universidad de Tribhuvan en Katmandú. “Se ven tan geniales, que te dan ganas de dejar todo atrás”.
“Nuestras vidas”, añadió, “están sujetas a tantas normas que hasta tener un bolsillo en la túnica conlleva restricciones”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario