El 15 de octubre, se celebra el Día
Internacional de las Mujeres Rurales
Contribuyen al desarrollo, una
cuarta parte de la población mundial- trabajan como agricultoras, asalariadas y
empresarias. Labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones
enteras. Además, garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y
ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático.
Las mujeres tienen un
enorme protagonismo en el sector agropecuario argentino. El 50% del control de
calidad de los alimentos, por ejemplo, está a su cargo.
En el Neolítico, una
creación de las mujeres genera una revolución agrícola de amplio impacto
global, coetáneamente en diversos lugares, mientras los varones cazaban, ellas
recolectaban biomasa vegetal y observaron que, de una semilla caída se generaba
una planta, pudiendo reproducir voluntariamente el proceso. Su capacidad de
observación también fue importante para diferenciar las que tenían virtudes
nutricionales y las que curaban. Fueron agricultoras y médicas usando productos
naturales.
Los granos cultivados,
requerían una molienda manual, una actividad repetitiva que incluso transformó
hasta la estructura ósea de las mujeres de esa época, ya que tenían brazos más
potentes con humeros 30% más fuertes que la media actual o 16 % más que el de
las remeras de elite actuales.
Ese rol persiste, según
la FAO, y a pesar que la población económicamente activa (PEA) del sector
agrícola disminuyó en la década del 90, se mantuvo la PEA femenina en alrededor
del 50%, con un porcentaje superior en los países en desarrollo (61%) y 79% en
los países menos desarrollados.
Una gran proporción de
la población masculina está abocada a la agricultura comercial y la población
femenina a la agricultura familiar y de autoconsumo. Las mujeres rurales
representan un tercio de la población mundial y viven en comunidades que
presentan fuertes estereotipos de género, situación que condiciona sus opciones
educativas, laborales y sociales.
Estas se encargan de las
tareas domésticas no remuneradas en una proporción mayor que los hombres
rurales y que las mujeres urbanas. La falta de servicios en las zonas rurales
hace que suelan ser las encargadas de obtener agua y combustible para los hogares.
Estas funciones llevan tiempo y esfuerzo físico considerables. Esta carga de
trabajo limita sus opciones de trabajo remunerado, su tiempo libre (calidad de
vida), e incluso sus opciones educativas y laborales.
En Argentina, Susana
Balbo, chair del W20, destacó que el 40% de la población rural son mujeres y el
50% del control de calidad de los alimentos está en sus manos. Una estrategia
importante para potenciar la equidad podría basarse en facilitar el acceso a la
propiedad de la tierra para las mujeres de sectores postergados ya que las
mismas mejoran la producción y desarrollan productos regionales de alto valor
complementando con una estrategia que potencie políticas de emprendedurismo,
cooperativismo y acceso a créditos.?
Respecto al acceso a la
educación un estudio realizado en la Universidad Nacional de Córdoba a partir
de estadísticas Universitarias, en el año 2018, evidenció que la matrícula
femenina muestra un incremento sostenido, representando el 62,1% del total de
estudiantes de grado (118.949) con promedios generales sin aplazo de 7,35
respecto a 7,28 de los estudiantes masculinos y consiguen graduarse en un
promedio de 8 años, un año antes que los estudiantes masculinos.
Las mujeres eligen
estudiar mayoritariamente (75,4%) disciplinas relacionadas con las Ciencias de
la Salud (como ciencias médicas, odontología y psicología), las Ciencias
Humanas (66,6%), tales como filosofía, letras, ciencias de la educación, artes
y lenguas; y las Ciencias Sociales (59,2%), como abogacía, trabajo social y
comunicación.
Mientras que los varones
se concentran en las disciplinas relacionadas con las Ciencias Naturales,
Básicas y Aplicadas (61%), entre las que se incluyen agronomía, las
ingenierías, matemática, astronomía, física y computación. En los últimos años
en la Facultad de Ciencias Agropecuarias se mantienen valores del 38 % en 2018
pero existen diferencias por carreras: Ingeniería Agronómica cerca del 34%,
jardinería 45% y un sector que tiene que ver con la producción pecuaria como es
Ingeniería Zootecnista sorprende con un valor cercano al 45%.
En la Facultad de
Agronomía de la UBA, según los datos suministrado por Carina Álvarez,
secretaria de Desarrollo y Relaciones Institucionales, hay una población
estudiantil del 48 % de mujeres, aún no reflejada plenamente en las
graduaciones de los dos últimos años que son en promedio del 40%, con
predominio femenino en Licenciatura en Gestión de Alimentos (100%),
Licenciatura en Ciencias Ambientales (60%) o técnicas como Jardinería (80%),
Turismo Rural (62%) o Floricultura (60%); en Agronomía si bien en crecimiento,
aún en minoría, con el 28%.
En el cuerpo de
profesores, padrón 2017, el 45 % son mujeres incrementándose desde los
titulares (26%) a los adjuntos (58%), en eméritos y consultos solo el 10%. En
gobierno está ejerciendo la primer decana histórica, Marcela Gally, con una
vicedecana y la mitad de mujeres en el Consejo Directivo y en los Secretarios.
En Argentina, el grupo
de mujeres rurales surge como un espacio para visibilizar el rol de la mujer
rural en la reunión del G20 (2018). En esa instancia la discusión por la
equidad también le llegó al campo. Silvia Taurozzi, ex miembro del comité
ejecutivo mundial de Louis Dreyfus, presentó una encuesta que indicaba que 5%
de las mujeres llega a puestos directivos en el sector a pesar de ocupar el 62%
de los empleos. ?
En 2019 se firmó el acta
fundacional de las mujeres rurales argentinas en la exposición Agroactiva,
avanzando en la conformación de una red integrada por empresarias, productoras,
científicas, comunicadoras, referentes gremiales, profesionales y docentes que
conforman una verdadera red colaborativa que trabaja en varios ejes: educación
y capacitación, buenas prácticas y cuidado ambiental, comunicación, y también
en desarrollo local compartiendo como valores el compromiso, la colaboración y
el diálogo.
El objetivo de la red es
potenciar y compartir propuestas, iniciativas y problemas para generar nuevas
posibilidades, promoviendo la complementariedad de los géneros (mixidad) y la
equidad desde la concepción de compartir el anhelo del desarrollo sustentable
agroindustrial de nuestro país.
La perspectiva a futuro
y el gran desafío es que las discusiones de equidad de oportunidades, pasen a
un plano menos relevante para comenzar a visibilizar las capacidades para
desempeñar los diferentes roles que como actores sociales nos toque ocupar.
La agricultura creada
por las mujeres ha sido motor de la historia al permitir incrementar los grupos
humanos y generar un excedente de tiempo que permitió el desarrollo del arte y
la cultura. Hoy por sus luchas y saberes vuelven a tener una participación
calificada en el devenir de la historia. Así culmina el trabajo publicado
por Fernando Vilella y Paola Campitelli en CLARIN RURAL
Chile aparece en un lugar destacado en las
escalas del continente sobre respeto a los derechos humanos. Sin embargo, las
cosas cambian cuando se trata, específicamente, de las mujeres.
El índice de Desarrollo Humano del PNUD sólo
lo ubica en el lugar número 39 del Indice de Desarrollo relativo al Género.
Peor aún. En la medición del Empoderamiento de Género, el descenso es mayor: el
país aparece en el lugar número 51 (1).
Las mediciones indican, entonces, que si bien
el avance con respecto a los derechos de las mujeres no ha cesado, aún queda
mucho por hacer. Y el tema se agudiza al referirse a las mujeres rurales e
indígenas, sectores de la población que sólo han alcanzado un cierto rango
dentro de algunas políticas y programas del Estado durante los tres últimos
gobiernos democráticos
Según los resultados preliminares del Censo
2002, la población rural chilena corresponde al 13.3% (2) y, según la Encuesta
Casen 2000, un 48.4% del universo rural existente entonces correspondía a
mujeres. Esto significa que las vidas de un poco más de un millón de personas
del género femenino están determinadas por un territorio, condicionamientos
culturales y redes de dependencia de producción y supervivencia radicalmente
diferentes a las que viven sus congéneres urbanas. Los cambios en la estructura
agrícola del país y, por cierto, en la concepción del mercado, también
significaron una modificación en el modo en que es concebida la relación de las
mujeres con la producción. Así, mientras la Reforma Agraria de los años 60 las
llamaba a desarrollar actividades dentro del ámbito de lo doméstico y a
integrarse a la sociedad a través de los Centros de Madres, en los años 90 la
convocatoria fue a ingresar en la producción agropecuaria, ya fuera como
trabajadoras asalariadas, como productoras de cultivos de autosuficiencia o
como microempresarias de cara al mercado (3).
Pero, si de políticas públicas se trata, sólo
en 1996 el Estado comienza a pensarlas desde su propia perspectiva, marcando
–con el Plan de Igualdad para las Mujeres Rurales– un hito en la historia del
país.
Porque establecer políticas para la mujer
rural no es fácil en Chile, ni en Latinoamérica en general Un condicionamiento
determinante es la constatación de que este porcentaje de mujeres no forma un
conglomerado homogéneo. Muy por el contrario. En Chile, esta característica
común al continente se ve agravada por las radicales diferencias de un
territorio disímil desde el punto de vista geográfico, poblacional y
étnico-cultural. Por lo tanto, no es posible establecer una categoría social
“mujer rural” sin mirar las diversidades que este concepto engloba: variable
étnico-cultural, distintos tipos de territorio rural existentes en el país,
nivel socioeconómico, relación de las mujeres con las tareas realizadas, nivel
educacional (analfabetas o no), posibi lidades de acceso a la salud... Y la
lista podría continuar. Estas diferencias deben ser contempladas a la hora de
la implementación de los programas específicos (5), pero los diagnósticos deben
hacer hincapié en los elementos comunes, algunos de los cuales pueden ser los
siguientes: • La discriminación y subordinación derivadas de su condición de
género, que cruza toda su existencia. • La situación de pobreza, que en los
casos de jefatura de hogar está acentuada por la falta de educación, elemento
que, a su vez, incide negativamente en la calidad del trabajo o de los recursos
productivos a los que pueden acceder. • La desvaloración e invisibilización de
su trabajo productivo y su aporte a la economía, acentuados por la recarga de
trabajo, ya que deben realizar sus tareas con una mínima infraestructura
–sanitaria, de agua potable y de electrificación– y con un deficitario
equipamiento en el hogar y en la comunidad. • La socialización femenina con
rasgos, responsabilidades, pautas de comportamiento, valores, gustos, temores,
actividades y expectativas que la cultura dominante les asigna como propios de
las mujeres
Fuente: Internet
https://www.un.org/es/observances/rural-women-day
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